Álbum

Pasto Galería, Buenos Aires, Argentina. Junio-Julio 2022.                                         

Curaduría: Leandro Martinez Depietri

Fotografías de obra: Gonzalo Maggi

Fotografías de sala: Florencia Lista         

                         

Álbum

 

            Agustín se enfrenta a la tela como si ésta fuera un ser vivo. Busca en la crudeza del liencillo sin preparar una resistencia que le dificulte la tarea, obligándolo a desplegar nuevas estrategias para domar a la fiera en cada encuentro. Las marcas de estos duelos íntimos son las arrugas, pliegues e hilachas, así como las salpicaduras, chorreados y aureolas que van dando lugar a la imagen. La representación aparece, como una manifestación forzada que Agustín arranca al textil desde una acción corporal que excede a la mano. Remoja, ahoga, estruja, tiende, pliega, rocía y enmascara de tal modo que la materia queda vibrando con un dinamismo inusitado en la pintura. Empuja las imágenes a la cornisa de una figuración que raya la abstracción orgánica y que termina siendo opacada por las huellas de sus movimientos. Prima la vehemencia del gesto por sobre una representación, de apariencia todavía húmeda, que tiende diluirse en la cercanía.  Su técnica engendra imágenes fantasmáticas que parecieran jamás fijarse a la tela. Los motivos escapan, atraviesan los hilos y resurgen del lado oscuro del textil con nuevas caras y profundidades tonales.

De este modo, Agustín construye espacios al tiempo que los niega. Sus tesoros son también sus víctimas. Lo que se está formando ante nuestros ojos ya está desapareciendo. Se bifurca, como el presente entre el registro inmediato y el recuerdo. Es entonces un pintor del tiempo y de la conciencia del tiempo que plasma  en la tela, por sobre todo, los espesores de la memoria y nos introduce en un laberinto de sombras. Los espacios que atravesamos provienen de un álbum de recuerdos, o más bien, de muchos. Son réplicas de los telones pintados que utilizaban Abud y Margarita Bachur para fotografiar a la sociedad tucumana hace un siglo. Frente a esas terrazas palaciegas, capillas góticas, jardines frondosos y ornados salones con escalinatas, cortinados y frescos, posaban las familias que buscaban enaltecer su imagen personal como hacemos hoy, en la era digital, con las selfies y los filtros. Esos escenarios pasados de ensueño colectivo sirven a Agustín para esbozar una épica tucumana de corte onírico. Introduce en estas arquitecturas claves aleatorias de un pasado con pocas huellas materiales: el palacete (ahora demolido) que supo alojar al Salón de la Jura de la Casa de Tucumán cuando la original fue detonada,  una reliquia colonial de platería limeña que fue robada y restituida dos veces y hasta una cebra pérdida del extinto jardín zoológico que abrió en 1907. Son registros de la impermanencia, como la del eco de nuestros pasos entre estos escenarios vacíos.

                                                                                            Leandro Martínez Depietri